Fuck You, San Junipero

No he podido evitar pensar en Second Life tras ver San Junipero. En los años en los que se puso de moda, yo tenía un avatar con el que llegué a recorrer el mundo entero volando, fui expulsada de una isla llena de hombres y mujeres minotauros. Llegué a ser acosada en Second Life por un amigo que llevaba una polla rosa fosforita que después resultó que estaba enamorado de mí. San Junipero ha sido celebrado como unos de los capítulos de oro de Black Mirror, pero para mí es uno de los más conservadores en su discurso y en su composición cinematográfica. Dos tías que se aman, dos lesbianas reprimidas, que van a ser felices juntas en una especie de reino de los cielos californiano, después de muertas. Leed bien. DESPUÉS DE MUERTAS

En el año 2017 no puedo aceptar ver sexo filmado entre mujeres en una serie, donde los cuerpos siguen siendo fragmentados, donde la cámara se mueve rápido, como no queriendo mostrar lo que ve, pasando por la superficie de la escena, y en el que como símbolo del orgasmo, y colofón del placer sexual, meten un plano de olas rompiendo en la orilla. A este respecto hubo gente que criticó las imágenes de La Doncella, al menos hay que reconocer a aquellas escenas el merito de mostrar que las mujeres sí intercambiamos fluidos. El conservadurismo de San Junipero no es solo una cuestión que tenga lugar en la construcción  discursiva de imagen a imagen, también en el diálogo entre las protagonistas.  Una de las escenas más reveladoras a este respecto se produce cuando tras el primer encuentro sexual entre Kelly y Yorkie, Kelly le confiesa que siempre ha sabido que tenía esas inclinaciones, que lo sintió por amigas y compañeras. Más adelante en la ficción se sabrá que Yorkie sí había salido del armario y había hablado con sus padres la noche en la que tuvo el accidente. Esta celebración de la vida que una quiere llevar, aparcada hasta una especie de reino de los cielos por venir, dónde cada cuál podrá dar rienda suelta a sus deseos después de muerto, me llena de tristeza.

No puedo aceptar tampoco cómo se organizan los espacios público y privado en relación a las dos mujeres, hay varias escenas en este sentido que quiero comentar. Intimidad a escondidas. Intimidad en baños apenas iluminados de bares de mierda. Algunos planos valientes, frontales, los menos, emborronados por el discurso conservador de los personajes. La primera de ellas tiene lugar al principio, cuando las chicas salen a la pista y comienzan a bailar, Yorkie se siente violenta y abandona la pista. Aquí, previamente, habían existido una serie de primeros planos sobre los rostros, un juego de plano contraplano, directo, casi sexual.

 Yorkie  después confesará a Kelly, en la calle, que es violento ver a dos chicas bailando así, ella responde que son los ochenta, que ya la gente no juzga. Este alarde de libertad del personaje de Kelly choca frontalmente con las imágenes de San Junipero, e incluso, con los diálogos. El segundo momento íntimo de las chicas tiene lugar en el baño. El primero de tensión sexual, en un callejón de la calle de atrás. Los baños son ese espacio que de alguna forma culturalmente se ha convertido en un segundo armario donde ser-lesbiana. Si realmente la sociedad en la ficción ya no juzga, si en San Junipero todo es posible, ¿por qué confinar los sentimientos al cuarto de baño? ¿Por qué filmar el primer beso de dos tías sobre el topicazo?


 

 

 

Unas de las cosas que además me molesta profundamente es el hecho de que cada imagen que tiene lugar, esta destinada a otra, y me explico. Al comienzo del capítulo Yorkie empieza a jugar al Bubble Bobble, un chico se acerca para soltar una de las frases que marcaran el devenir de todas las demás imágenes. “Bubble Bobble fue el primer juego con un final alternativo, dependiendo de si jugabas en modo un jugador o dos”. Esta imagen, estas palabras, este binarismo del “futuro”, hace presos a personajes y al propio relato. Un relato que se construye en imágenes que dependen de una voluntad ficticia, de un libre albedrío inexistente, pues las decisiones de los personajes están condicionadas a un relato que repite en un bucle infinito, el conservadurismo más absoluto. ¿Quién querría vestirse de novia cuando el mundo es un croma nocturno borroso? ¿Quién quiere jugar a ser lesbiana si el ser lesbiana es algo que solo puede soñarse para una vida futura? Este sentido católico de la vida en el que el camino de lágrimas estará compensado con un reino de los cielos en el que renacer y al que resucitar para ser felices, me da ganas de vomitar. Queda anulado todo el sentido romántico del capítulo, el caramelito con el que nos han vendido el mensaje de que lo importante es que el amor triunfe al final. ¿Qué sentido tiene un amor que nace para la muerte?

San Junipero llega en un momento crucial, no sólo para las relaciones entre mujeres, para el feminismo, también para la construcción y deconstrucción de nuestras identidades en la ficción. Todo este auge del feminismo debe tener un impacto absoluto en la forma en la que nos decimos, nos miramos, nos construimos. Nuestros relatos de principio del siglo XXI están obligados a ser nuevos, están obligados a caminar a nuestro lado, no dos pasos por detrás. Y de igual forma, la crítica, nuestra nueva mirada unida a nuestras manos, no puede ni debe aplaudir jamás este producto distópico que nos reduce a poder ser felices como cadáveres. Dejemos los besos en los baños, las caricias en el callejón de atrás, visibilicemos quienes somos a plena luz del día, besemos en la calle, en medio de la multitud de la que somos parte. Este tiempo de lo digital, de las identidades híbridas, nos permite mirarnos a veces desde lejos, por eso podemos casi construirnos y deconstruirnos en tiempo real. Nos vemos, las unas a las otras, nos ayudamos en este proceso de conocimiento, insisto en tiempo real. Denostamos lo que nos han dicho que era ser mujer, lo descubrimos siendo, aprendemos saltando encima del tópico que es ser-mujer-lesbiana-que-ama-a-otra-mujer. La lucha es la del día a día. La de visibilizarnos. La de besarse a plena luz del día en cada jodida esquina. La de estar vivas. ¿Quién quiere cadáveres de mujeres amándose libremente?

 

Déborah García Sánchez-Marín