Who is Keneth Goldsmith?
Una reseña de Wasting time on the Internet de Kenneth Goldsmith
Harper Collins, 2016
Esta reseña ha sido escrita a base de fogonazos mientras no estaba en Internet
Who is Keneth Goldsmith? Pues podríamos decir que la historia de Kenneth Goldsmith comienza en una biblioteca argentina, donde trabajaba un escritor aristocrático de poquita fama que pronto se quedaría ciego. Jorge Luis fue un escritor que vivió en distintas bibliotecas. El caso es que este mismo Jorge Luis escribiría un texto que vino a llamarse Pierre Menard, autor de El Quijote, un texto que va sobre la escritura de otro texto, El Quijote.
Lo que plantea Pierre Menard es la posibilidad de que un escritor reescriba palabra por palabra El Quijote bajo la presuposición de que dicha reescritura, no obstante, va a ser diferente al libro original. Esta idea de Jorge Luis ha dado lugar a múltiples pajas mentales por parte de los destripadores del cieguito. La más fecunda, creemos, es aquella que comprende el texto como una reflexión sobre el estatuto ontológico de la obra de arte, no constituida únicamente por sus características intrínsecas sino también por sus características relacionales (como el contexto histórico-artístico en el que se crea).
El Quijote de Menard es diferente al Quijote de Cervantes simplemente por los cambios que la historia literaria determinaría en los atributos estéticos de esa obra. Sin embargo, lo que nos interesa aquí es que Borges estaba diciendo que podíamos apropiarnos de los textos del pasado para reubicarlos y otorgarles un significado nuevo. Que para el caso es lo que hizo el bueno de Pablo Katchadjian que cogió El Aleph, un cuentecito de Borges sobre el infinito y la totalidad, y lo engordó, añadiéndole algún detallito que otro, alguna palabra que otra, para que cupiera mejor la totalidad y tal. Lo que tristemente ocurrió es que, ante este acto borgeano de apropiación, Maria Kodama, la viuda de Borges y su destripadora suprema, demandó al bueno de Pablo que suponemos, a la hora de plantear su defensa judicial, recurrió a citas y evidencias literarias de la obra de Jorge Luis que justificaran su acto como un desarrollo coherente de la poética borgeana.
Bueno, el caso es que esta historia no se queda aquí, sino que también concierne a un señor que jugó una partida de ajedrez con una mujer desnuda y que después dijo, venga va, voy a meter un urinario en una exposición en el Gran Central Palace, a ver qué pasa y lo que pasó es similar a lo que le pasó a Jorge Luis, una camada tremenda de destripadores y epígonos como Pinoncelli que, en una ocasión dijo, va, va, va, me voy a mear en el urinario de Duchamp, a ver qué pasa, y más tarde dijo, venga, voy a romper el urinario, a ver qué pasa.
La diferencia probablemente radique en que los destripadores de Jorge Luis tenían como hábitat natural la academia mientras que los followers de Duchamp se repartían entre la academia y el ecosistema del arte. Fue así como, a la estela de Duchamp, nació un movimiento artístico que vino a llamarse apropiacionismo y cuyos límites estéticos no están del todo claros (de hecho en la entrada de la Wikipedia te dicen que el apropiacionismo ya se utilizaba en la Edad Media). Aquí englobaríamos bajo el rótulo de apropiacionismo aquellas obras en las que la labor artesanal del artista es nula o muy escasa, consistiendo por tanto el gesto artístico no ya en la elaboración artesanal de un objeto sino en la recontextualización de un objeto existente. Pablo Katchadjian, en este sentido, era apropiacionista.
Si Duchamp pertenece al mundo del arte contemporáneo y Borges es parte de la historia de la literatura del siglo XX, Ulises Carrión perteneció, originariamente, a la esfera literaria del México de Octavio Paz el patriarca y, más tarde, se pasó al mundo del arte contemporáneo. Sin embargo, Ulises Carrión tiene una posición a caballo entre ambos mundos y, de hecho, buena parte de su trabajo como artista tiene como objeto la literatura o el libro y sus modos de lectura. Ulises Carrión es clave para esta historia por cuanto reflexionó desde el arte contemporáneo sobre la literatura y sus modos de lectura utilizando métodos apropiacionistas.
Por ejemplo, por ejemplo, en una obra llamada Sonnet(s) del año 72 Carrión tomó un soneto del poeta Dante Gabriel Rossetti para someterlo a 44 variaciones consistentes en supresiones de puntos y comas, tachaduras o subrayados. Esta obra de Carrión todavía mantiene la palabra como única base del significado. Sin embargo, en obras posteriores como Tras la poesía (1973) Carrión utiliza un tropo retórico clásico (el paralelismo) para establecer una comparación entre el sentido visual y el sentido lingüístico de las palabras. La palabra adquiere sentido tanto por su significado como por su disposición visual.
Lo que Carrión estaba indagando en muchas de sus obras es que la lectura es una actividad condicionada por el medio en que se dispone. Lo que decía Carrión es que “leer un libro es percibir secuencialmente su estructura”. El arte viejo ignora la lectura”. Para Carrión, “el arte nuevo crea condiciones específicas de lectura”. Mucha gente señala que la concepción de la lectura que Carrión planteaba en el arte nuevo de hacer libros (antes de Internet) era, sin embargo, una descripción coherente del cambio en las condiciones de lectura que operaría Internet. En esta estela, Elika Ortega ha creado un bot que rearticula frases de El arte nuevo de hacer libros y las sube inmediatamente a Twitter.
Bueno, pues Kenneth Goldsmith es alguien que se parece mucho a Duchamp, Borges y Carrión al mismo tiempo. Y nació en 1961. Y da clases en UPENN. Y una de sus obras consiste en la transcripción exacta del New York Times del 11 de Septiembre de 2001. Una obra que, por supuesto, nadie leyó (Carrión tiene una obra que reza Dear Reader. Don’t Read)
Algo de lo que, por supuesto, su autor se enorgullecía por cuanto, a pesar de no haber sido leído había generado más conversaciones y discusiones que cualquier novela leída de principio a fin. Kenneth Goldsmith es por tanto un artista que, en la línea transgresora de Duchamp (tanteando los límites de lo que la institución puede asumir como artístico y reduciendo al absurdo el mito romántico del genio creador), utiliza técnicas apropiacionistas (como lo que proponía Borges ya en Pierre Menard, autor de El Quijote) para cuestionar los modos de lectura en una sociedad que lee en internet.
El caso es que Kenneth Goldsmith publicó en Agosto de 2016 Wasting time on the internet, donde se describe a sí mismo como “el primer poeta laureado por el MoMA”, orgulloso de haber restañado una brecha entre el mundo de la literatura y el del arte contemporáneo. El libro se basa en las experiencias del propio Goldsmith tras impartir un seminario en la universidad de Pennsylvannia. Dicho seminario partía de la premisa de congregar a un grupo de estudiantes para malgastar tiempo en internet. Vamos, que lo que Goldsmith planteaba era, en muchos sentidos paradójico. Internet es ya un encuentro social que, no obstante, no depende de la proximidad física de sus participantes.
Lo que quería Goldsmith con ese seminario era hacer de internet una experiencia social basada en el encuentro físico. Y las conclusiones que extrae de dicho seminario experime
ntal es que Internet no nos hace menos sociales sino, más bien, todo lo contrario. La confusión aquí no es cosa menor, es cosa mayor y uno de los retos que el libro no termina de resolver es tratar de definir con precisión como lo social se ve redefinido en el contexto de la red 2.0. El experimento de Goldsmith en dicho seminario consiste en reducir internet a un instrumento a través del cual se establece un vínculo social en condiciones de proximidad que, sin embargo, no termina de analizar las relaciones que se establecen a través de la red y que no dependen de la proximidad física. Uno de los experimentos que Godsmith llevó a cabo en dicho seminario consistía en escoger una persona para que navegara en Internet mientras su vagar era proyectado en una gran pantalla. Un grupo de espectadores debía de decir al navegante los links en los que clicar, primero ordenadamente, y después de forma caótica hasta que sus requerimientos se convertían en un bullicio cacofónico. Precisamente a esto es a lo que me refiero, a que Goldsmith está subvirtiendo la experiencia en red (basada en la soledad física y la copresencia virtual) por una experiencia social con final catártico.
No obstante, el libro de Goldsmith ejerce una función fundamental en lo que respecta a la despenalización moral de aquellos cuya preocupación vital fundamental es que el wifi esté conectado o de aquellas que vagan por la ciudad en busca de un punto de acceso. Y también ejerce fuerza, más desde la comparación barata de Internet con las vanguardias de principios del XX (los “zombies” pegados a sus móviles en las calles de nuestras ciudades se hallan en un estado similar al sueño reivindicado por los surrealistas (sic)) y la cita socorrida y rápida de cuatro teóricos bien traídos (Lev Manovich, Vilem Flusser, De Certeau), también ejerce fuerza, decíamos, reivindicando internet como un espacio de creación popular no mediado por constricciones institucionales.
Aunque el libro es uno de esos que compras en el aeropuerto y lees de corrido y es muy gracioso y muy ágil y parece ser una legítima reivindicación de internet y los new media pero por las razones equivocadas. Por ejemplo, esta ida de olla máxima: para Goldsmith el hecho de que la gente se haga selfies en museos constituye un ejercicio de crítica institucional en la línea de Hans Haacke, Hito Steyerl o Andrea Fraser.
Según Goldsmith, el nacimiento de Instagram y los smartphones sirve para “desestabilizar las obras expuestas”. Es decir, que Goldsmith está reivindicando internet como un espacio de creación popular sin mencionar todo el mundo de los youtubers, los memes y los gifs que circulan por la red. Sin embargo bien es cierto que Goldsmith lo utiliza como un medio de circulación de contenido intelectual libre.
Él mismo creó una biblioteca virtual llamada UbuWeb donde recopila una cantidad de material artístico de carácter vanguardista cuya distribución comercial no es fácil y la ofrece de forma gratuita en una plataforma independiente de cualquier institución académica.
Para cerrar de algún modo esta historia quería recuperar una de las cosas que cuenta Goldsmith en el librito y que me dejaron flipando. Según dice Goldsmith en el capítulo titulado Archiving is the new art Pinterest es duchampiano en la medida en que, a diferencia de Instagram o Flickr, toda imagen recopilada en Pinterest es en realidad el resultado de la mezcla de imágenes preexistentes. Esto se debe a que Pinterest utiliza un algoritmo de eliminación de los datos duplicados, vamos, una forma de reducir el tamaño de las imágenes empleando conjuntos de datos de imágenes similares. ¿Cuál es el procedimiento? Pues digamos que quiero subir una foto de mi perro de ojos marrones.
El algoritmo analiza su base de datos en busca de imágenes con perros de ojos marrones. Entonces, cuando mi imagen se carga, el algoritmo, al haber encontrado una conjunción de píxeles que replica exactamente el tono marrón de los ojos de mi perro, sustituye dicha información por la previamente existente en su base de datos, de modo que uno no está mirando el resplandor risueño y honesto de su querido amigo sino la acumulación de distintas miradas de perros de todo el mundo. En este sentido, la imagen genera una ilusión referencial que, sin embargo, no se corresponde con el referente real del que la imagen había de ser testigo. La imagen ya no tiene punctum ni ostias pues ya no sirve para justificar la existencia de una persona. Las fotografías que vemos en Pinterest no testimonian que el objeto fue real sino que muestran que nuestros referentes pueden ser en realidad fruto de reapropiaciones y mezclas. Barthes se quedó muy antiguado ante la pujanza del apropiacionismo que ya no es solo una reacción ante la mercantilización del arte sino una dinámica propia de las tecnologías digitales.
Diego Zorita