la miel
Star revuelve en la basura para con suerte encontrar algunas piezas de comida en buen estado. Comida que servirá a duras penas al que parece ser su padrastro, al ritmo de un country pop meloso susurrado al oído:
“And I don’t wanna steal your freedom
I don’t wanna change your mind
I don’t have to make you love me
I just want to take your time”,
mientras, sin reparos y pese a las lágrimas de Star, le agarra el culo y come el cuello poseído quién sabe si por las posibles sustancias consumidas, por el tiempo que fue o será, por la miseria o tal vez, por la música.
No sé mucho sobre musicales, a pesar de creer haber visto bastantes o al menos los más conocidos, y que el lector me perdone de antemano la ignorancia. Este texto no intenta dar lecciones de ningún tipo, sino tan sólo reparar en el maravilloso entramado musical que nace en la travesía de Star, una joven que decide abandonar el encierro de hogar en el que vive y subirse junto con otros igual a ella, a una van que irá a recorrer la América profunda con el pretexto de buscar suscriptores para diferentes revistas. Aquí empieza la road movie, con el rastro musical que deja la furgoneta antes de entrar al aparcamiento de un supermercado. Un calvo en la ventana y la mirada congelante y clavada de Jake.
Suficiente para llamar la atención de Star que envuelta en el hechizo musical y el sol ardiente en la carretera, sigue el camino de la furgoneta para descubrir entre las cajas del supermercado al coro de adolescentes bailando, cantando y saltando al compás de We found love de Rihanna. Un tema que a modo de ritual acompañará la travesía de los personajes en más de una ocasión.
Antes de escapar Star se reencuentra con su madre, quién en medio de un baile country se niega a recibir a los niños, sus propios hijos, los hermanos de Star. El baile continúa en medio de la discusión madre e hija. Star sale corriendo de allí y el tema country junto a los golpes en el suelo del baile se van escuchando cada vez más lejos, marcando lo que será la despedida para siempre. Hasta siempre a los orígenes, de alguna manera aquí representados por la música: adiós, adiós al country barato y las melodías empalagosas.
Sale el sol y hay reunión a las 8 am. Otro día de verano en cualquier motel barato entre Oklahoma y Kansas. Suena E-40 y de nuevo se produce la ceremonia de congregación y de preparación a través de la música y un manifiesto escondido en la letra:
Everybody get choices
I choose to get money, I’m stuck to this bread
Decisiones. Todos las tomamos. Ellos han decidido ganar dinero, ser independientes, alejarse de dónde quiera que vengan, dar el paso, ser mejor que tú. Star observa asombrada y acaba por contagiarse de la unión, en su rostro se lee el recibimiento definitivo a lo nuevo, la emoción de las cosas que empiezan aún no sin la certeza de hacia dónde nos llevan.
I give a fuck if you don’t like me (no, no, no)
Imma stay gettin’ money (yeah, yeah, yeah)
La travesía de Star y los chavales siempre estará acompañada por la música, siendo ésta su vía de comunicación, de interacción y expresión. Pese a no interpretar directamente las canciones -como se podría suponer sucede en el resto de musicales – nunca pasan desapercibidas en el fondo, al contrario, son llevadas a otro lugar, se vuelven parte de los personajes, extensión natural de una forma de mirar o de tal frase escrita en el guion. Se suben a los temas, se apropian de ellos, los llenan de un significado único y nuevo. We found love no parece más ser el tema de Rihanna para tornarse en la canción que despierta al grupo, la melodía que los activa y une.
En otra escena concreta, de vuelta al motel después del primer día de trabajo, Star y Jake se asoman y acomodan en el techo solar de la furgoneta. Ya es de noche y el viento les viene de cara, suena una canción y Star se convierte en una especie de pájaro moviendo los brazos y la cadera como si fueran unas alas voladas por el viento. Se torna leve y dueña, sonríe. Parece imitar el gesto de la estatua de la libertad y grita: “I feel like I’m fucking America”. Los dos parecen tocar un piano invisible, las puntas de los dedos puestas en forma de música rozando la libertad.
(Qué mejor manera de representar la sociedad norteamericana olvidada que a través de sus jóvenes perdidos y encontrados y todavía más allá, a través de dos géneros 100% americanos. El road trip y, si me lo permiten, el musical).
Es así que me refiero a American Honey como una suerte de musical, en el momento en que la música adquiere un protagonismo natural en sus personajes, en el devenir de la historia. Cada momento gana el sentido que le da la música que lo acompaña. Como cuando en la primera misión Star y Jake llegan a una casa y la hija de la dueña baila con sus amigas actuando como mujeres más mayores, como sus ídolos musicales, haciendo todo tipo de muecas y movimientos sensuales lo que provoca en Star un rechazo y también una especie de miedo y ofensa.
O como cuando llegando al final de la película, en otra casa totalmente dispar a aquella, Star es recibida por dos niños muertos de hambre que ironicamente para nostros, se lanzan orgullosos a cantar la letra de los Dead Kennedys:
I kill children
I love to see them die
I kill childrenAnd make their mamas cry.
Ninguna situación musical se da por casualidad y una arrastra a la otra hasta el final de la película. Llegados al final, una celebración alrededor del fuego en la oscuridad, y junto al agua suena la última canción. De nuevo, la ritualidad a través de la música como búsqueda interior. Es esta última canción el himno de la tribu, la confirmación última de un estado único de emancipación y conexión con todos y con uno.
I hear God’s whisper
Calling my nameIt’s in the wind
I am the savior
I hear God’s whisper
Calling my name
It’s in the wind
I am the savior
We are the saviors!
Sofía Machain